domingo, 7 de octubre de 2018

Crónica de una tarde oportuna

Nunca deja de sorprenderme el hecho de que, aunque suene cliché, cada suceso en nuestras vidas tiene un porqué y para qué. De algo pequeño, siempre existe la posibilidad de que puedan surgir demasiadas cosas.

Ayer, tras salir de la facultad, fui directo a Tupãrenda a charlar con un sacerdote amigo. Le escribí avisando que ya estaba en camino, pero por alguna razón, no estaba contestando -cosa que tampoco era tan extraña de hecho, por lo que no me preocupó-, y de igual modo fui. Ya estaba cerca, y aun seguía sin contestar, pero me pareció irrelevante, entonces continué mi camino.

Efectivamente, llegué al lugar, y como Tupãrenda es un lugar tan verde, donde de manera particular siento mucha paz, me quedé sentado en un banco a pensar y descansar un rato en la espera de saber qué hacer.


Ya pasado el rato, sin ningún tipo de contestación, "me resigné" a ya no juntarme con este sacerdote, asumiendo que tuvo algún inconveniente. Tengo que admitir que primeramente sentí que todo el tiempo y energía que gasté en ir hasta allá hubiera podido utilizarlo de mejor forma en casa,  pues podía (y debía) haber estado estudiando. Probablemente uno pensaría en que fue un desperdicio de tiempo, y más aún porque en este punto del año (octubre) todos estamos más que cansados y casi sin fuerzas debido a la universidad y/o trabajo; pero como enojarse/picharse no tienen ningún sentido, dejé de lado esos pensamientos. Entonces me preparé, agarré mi mochila y me predispuse a regresar a casa; pero mientras bajaba el predio, me encontré a un viejo amigo, amigo a quien ya hacía tiempo de que quería hablar, y oportunamente, él no estaba ocupado en ese momento, así que nos sentamos y empezamos a charlar.

El tema de dicha conversación fue, básicamente, ponerse un poco al tanto de cómo nos trataba la vida. De cierto modo, a partir de eso surgió un "oportuno" desahogo -de manera un tanto inconsciente-, cosa que aparentemente, ambos necesitábamos.

Terminada la charla y comenzando a oscurecer, nos despedimos y me puse en marcha para regresar a casa. Ya en la parada, mientras esperaba un bus, por primera vez me percaté del hermoso atardecer que se da en el límite Itauguá-Ypacaraí (locación de Tupãrenda), y me quedé como Erik Killmonger al ver el atardecer en Wakanda por primera vez (escena de "Black Panther", película de Marvel). Aunque suene muy cursi, me animo a decir que es algo que necesitaba, y "oportunamente", se dio.
Tomando en cuenta la hora (18:05hs), me acordé que mi familia tenía planes de ir a misa en la parroquia de Itauguá, pues era época de novenario de la Virgen del Rosario (patrona de Itauguá), y como la misa comenzaba a las 18:30hs, entonces llamé a papá para avisar que iría junto a ellos. Pasados un par de minutos, llegué a la parroquia mientras aun se estaba rezando el rosario previo a la misa, y sentí -valga la redundancia- una sensación un tanto extraña. 

El ambiente era el mismo que vivía cuando era niño: la multitud, los puestos de pororó, los vendedores de globos, algunas criaturas corriendo de aquí para allá. Era básicamente regresar a mi infancia. Todo eso fue especialmente extraño porque, estudiando en una universidad muy alejada de casa, la mayor parte del tiempo me lo paso estudiando, y con los años había dejado de frecuentar el novenario; pero por sobre todo, lo que más me tocó de todo eso, fue que llegué junto a mi familia, incluida mi abuela (una señora a la que difícilmente encontras fuera de su casa), y sentí que el cansancio que tenía por todo lo estudiado durante la semana, desapareció. Se me fueron todas las preocupaciones por un rato.

Luego de todo esto, al llegar a casa, me llama el sacerdote con quien había quedado en charlar durante la tarde. Mientras hablábamos, me comenta que su celular estaba con inconvenientes, pero que me escribió por facebook para avisar eso, y coordinar con él por ese medio para juntarnos en otro momento.

¿Por qué comento esto? Pues porque días atrás, oportunamente, me propuse dejar un tanto de lado mis redes sociales durante octubre, ya que es un mes muy pesado en la facultad, y gracias a eso, no vi el mensaje del sacerdote, haciendo que fuera de todos modos a Tupãrenda, y que pudiera vivir todo lo narrado anteriormente.

Todo esto, visto tal cual conté, podría simplemente ser una tarde de muchas "casualidades"; pero me parece más acertado pensar en que "nada ocurre por casualidad, sino por causalidad", o -como se dice en Schoenstatt-: "Nada pasa por casualidad, todo viene de la bondad de Dios".

A lo que voy con todo esto, es que la tarde no hubiera sido "tan oportuna", si no fuese, también en cierto punto, por una decisión propia:
  • Si hubiera pensado netamente en el cansancio y en todo lo que hay que estudiar, no hubiera ido a Tupãrenda.
  • Si al ver que la hora pasaba y decidía "dejar para después" la charla con este amigo, probablemente estaría un tanto más cansado, y no hubiera contemplado ese hermoso atardecer.
  • Si, nuevamente pensando en el cansancio y en lo que había que estudiar, decidía no ir a misa, no hubiera podido vivir ese "no tener preocupaciones un rato".

Es decir, hubiera sido una tarde cualquiera.


La "vida de adultos" está llena de estrés y preocupaciones. Muchas veces se hace difícil encontrar momentos  tranquilos, pero también muchas veces solo es cuestión de actitud poder encontrar esos espacios. Es cuestión de estar atentos, pues ¿cuántas oportunidades de darnos un rato tranquilo durante la semana tenemos generalmente?



"Mirando las golondrinas en el cielo, no se ven otras golondrinas al alcance de la mano; es cuando la estupidez gana por afano a la suerte que nunca llega si la estamos esperando"
-"Las Oportunidades", de Andrés Calamaro 

En otras palabras, las oportunidades no deben esperarse; deben hacerse. Generalmente, están ahí, solo que necesitan moldearse. 



Este es justamente el atardecer que mencioné. Muchas veces, hacer lo último que mencioné es cuestión de tener presente que, a través de todo, siempre puede mirarse la cálida mirada de Dios Padre.

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