domingo, 1 de diciembre de 2019

Un viaje peculiar & el mejor ocaso


Fin de año: sinónimo de caos, principalmente para los estudiantes universitarios debido a los exámenes finales. Es la época en donde se acrecienta exponencialmente una terrible relación inversa entre lo que hay que estudiar y las ganas de estudiar. Estamos cansados, hay miles de situaciones externas a la universidad de por medio pero por sobre todo: queremos que todo eso termine (inclusive, ya desde antes de que inicie todo el trajín).

El viernes 29 de noviembre rendí mi examen final de Anatomía Patología, la materia más tediosa de todo el año. Más allá del contenido no tan sencillo de entender, la razón por la que tan poco cariño le tuve fue que gracias a sus pruebas semanales (todos los lunes), todos los domingos tenían que ser de estudio para esta materia, lo que implicaba no poder descansar el único día al que no asistía a clases pero por sobre todo, lo más agotador –y es algo que pensamos todos los que cursamos dicha materia– es que no se podía tener un tranquilo domingo en familia, además, el hecho de haberme mudado a vivir solito en Asunción entre semana por motivos de estudio hizo que mi tiempo en familia se redujera muchísimo, lo que empeoraba un poco más la situación… pero en fin, ese viernes todo salió demasiado bien.

Aprobé. Regresé a casa. Toda mi familia estaba expectante a mi llegar. Saber que me liberaba para siempre de “los domingos de AP” me llenaba demasiado el corazón. Aunque moría de sueño, decidí celebrar y fui a casa de mi abuela materna a tomar tereré con ella. Todo era demasiado perfecto. Hacía tiempo no disfrutaba tanto algo y en mi mente rondaba un “¡nada podría ser mejor ahora!”; grata sorpresa me lleve esa noche al ver que estaba equivocado.

Hace aproximadamente dos semanas, mi abuela paterna viajó a Encarnación a pasar tiempo con unos tíos que viven allá. Es una señora ya de edad y con la edad siempre vienen los cambios repentinos de humor. Resulta que, aproximadamente el miércoles de esa semana, le entraron intensas ganas de regresar a Itauguá pero no tenía quien pudiera hacer regresar con ella. Entonces, tomando en cuenta que conveniente estaba de regreso por casa post-examen, mis papás me preguntaron si no quería “ser escolta de mi abuela” (ir junto a ella y luego regresar nuevamente a Itauguá). Mi respuesta: ¡Claro que sí! Y ese sábado de mañana partí rumbo a Encarnación.

Lo peculiar de este viaje que estaba por hacer es que el tiempo que me iba tomar ir hasta allá iba a ser mayor a mi tiempo de estadía. Aunque rendí mi final de AP el viernes, aún me quedan otros dos exámenes finales para poder terminar el año y uno de ellos es el viernes 6 de diciembre (una semana exacta después), lo que significaba que no podía darme el lujo de pasar mucho tiempo sin retomar el estudio, por lo que no iba a poder quedar mucho tiempo por allá. ¿Eso me importó? Pues no.

Yo soy muy fanático de viajar grandes distancias. Me da mucha paz y me llena el corazón pasar de largo grandes paisajes verdes, tranquilo, escuchando música, porque sé que en esos momentos estoy tomándome un descanso de todo. En lo que va de todo el año no pude hacer ningún tipo de viaje, entonces esta era una oportunidad perfecta para darme ese lujo, independiente al poco tiempo de estadía que tendría en mi destino.

Pasaron las horas y llegué a “la capital del Carnaval” con una lluvia muy intensa de por medio. Admito que estaba más cansado de lo que esperaba pero igual estaba muy contento. Feliz de ver después de mucho a estos tíos pero no puedo negar que en un punto dado dentro mío empezó a sonar la duda de si en realidad fue una buena decisión haber ido… Es decir, ¿un viaje de ida y vuelta de más de 600km para estar más tiempo en bus que en tierra? No se puede negar que no es exactamente el mejor cálculo. Además, debido a la lluvia, ni siquiera pude recorrer la ciudad; pero al rato de haber surgido esa duda, nació la respuesta.

Poco antes de que anocheciera, partimos de vuelta a Itauguá. Aunque llovía al momento de salir, al rato escampó, al punto en que a pesar de lo nublado que se encontraba todo, se podía ver el atardecer a la distancia. Abuela estaba sentada hacia la ventanilla del bus y yo a su lado. En un punto dado (no me acuerdo exactamente dónde) pasamos de largo el Río Paraná y fue en ese tramo del viaje en el que pude presenciar el mejor ocaso que vi en mi vida.

En el horizonte, se veía al sol desaparecer lentamente. Su intensa luz –una mezcla de rojo y naranja– alumbrando, por un lado, a un cielo bastante nublado y por otro, las aguas del río; pero no era eso únicamente lo bello del momento, sino ver a mi abuela observar ese atardecer. Ver sus canas, el reflejo del sol en sus lentes, su piel pálida, ya arrugada y llena de historias, con un aire de paz emanando de parte de ella. Realmente, ese momento fue una caricia al alma. Demasiado quise capturar ese momento en una fotografía pero preferí netamente disfrutarlo.

Particularmente, además de los viajes largos, también soy muy fanático de los atardeceres. Para mí representan, más allá del final del día, el fin de todo lo que trajo consigo (sea bueno o malo) y que a pesar todo, seguimos vivos y avanzando; pero lo que más me llegó de todo esto fue que pude presenciar –y lo digo con dolor y un cierto miedo en el corazón– dos atardeceres al mismo tiempo.

“La edad no viene sola” dicen y a mi abuela no se aplica la excepción a esto. En este punto de su vida, además de las múltiples complicaciones de salud que tiene, desde hace un par de años la memoria le falla bastante. Todo el camino fue una mezcla de múltiples preguntas y anécdotas repetidas pero que amé responder y escuchar, una y otra vez, porque sé que no tendré ya demasiadas ocasiones para volver a repetir algo así. En algún momento la vida acaba y queramos o no, la vida de nuestros seres queridos de mayor edad -sean nuestros padres o abuelos- corre mayor riesgo de… bueno, ya sabes a lo que me refiero…

Como mencioné al principio, mi tiempo en familia se redujo mucho este año. Las visitas a mi abuela paterna pasaron de ser semanales a ser quincenales o –incluso– mensuales desde que inicié la facultad y ya no recuerdo la última vez que pasé tanto tiempo con ella. Es por todo eso que tan contento me deja haber hecho este viaje. La vida no nos regala con mucha frecuencia este tipo de oportunidades; no siempre se pueden hacer viajes tan peculiares ni ver ocasos tan bellos, así que debemos ser agradecidos cuando algo así se nos da, principalmente porque no sabemos si pueden volver a repetirse.

Esta foto es netamente ilustrativa, no fue tomada por mí (en la esquina está el crédito correspondiente) pero quise anexarla porque es bastante similar a lo que pude presenciar.

lunes, 13 de mayo de 2019

Es parte de crecer, Timmy...

Ya pasó más de un mes desde que me mudé a Asunción y puedo concluir que la vida independiente resulta bastante interesante. Es un crecer constante, más constante de lo que uno puede imaginarse. Tener tanto tiempo, en comparación a años atrás, está dando bastantes frutos en varios ámbitos de mi vida pero probablemente el cambio más importante que voy notando se encuentra en mi salud.

Generalmente, lo primero que a uno le viene a la mente cuando mencionamos la palabra “salud” es la ausencia de alguna enfermedad (cosa que tiempo atrás se consideró básicamente como definición de la misma), pero hoy día podemos considerar eso como una definición incompleta. La Organización Mundial de la Salud defina a la salud como un estado de completo bienestar físico, psíquico y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Qué interesante, ¿no? La salud hoy día es reconocida desde un aspecto más integral. No reconoce a “un enfermo” netamente como alguien que padece alguna enfermedad, sino como a alguien que padece un desequilibrio en su bienestar biopsicosocial; en otras palabras, se considera a la persona. Es interesante saber esto porque entonces, ubicándonos en ese contexto, estamos constantemente rodeados de “enfermos”; y más interesante aun: muchas veces —sin darnos cuenta— lo estamos.

Es una realidad indiscutible que el paraguayito va a ir a una consulta médica ya cuando su salud esté bastante deteriorada y no aguante la situación o porque se asustó. Un verdadero clásico es el “arriero paraguayo” que padece hipertensión, diabetes, fuma, toma, todo esto por muchos años pero se decide finalmente a ir a consultar cuando un día x siente una taquicardia[1] (o sea que se asusta porque siente que puede morir de un paro cardiaco). Bueno, si nos centramos en la definición de salud que mencioné antes, tan alejados de ese ejemplo no estamos.

En mi caso, una cruz que cargo desde que tengo memoria es mi IMC ˃ 25[2]. Aunque siempre me molestó y trajo grandes inseguridades a mi vida, nunca tomé la firme decisión de solucionar eso. Otro gran drama que me persigue desde hace tiempo es mi no-costumbre de comer fruta ni de practicar ningún deporte (cosa que repercute en el punto anterior). Y en un tiempo más actual (desde que comencé el cursillo de medicina para ser exacto), otro gran problema reside en mi descanso (hasta el año pasado, 2018, dormía un promedio de 4 horas diarias). Todo esto influye directamente en el aspecto biológico de mi salud e indirectamente en los aspectos psíquico y social.

No es difícil hallar la relación. Las inseguridades que puede traer tu aspecto físico generan un terrible efecto en la personalidad de uno (salud psíquica) y muchas veces dificulta el relacionamiento con otras personas (salud social). Con 3/3 pilares dañados, es difícil considerarse “sano” por más que no haya ninguna enfermedad visible presente. Esto se aplica no solo en problemas de orden biológico como la obesidad o la anorexia, sino también en problemas de orden psíquico, tales como baja autoestima, dificultad en el relacionamiento, depresión, y muchas más que conforman una larga lista de “problemas invisibles”; y valga aclarar que el no ser notados a simple vista, no aminora su gravedad.

Puede que todo suene bastante negativo, e incluso existe la posibilidad de que hayas empezado a pensar en tus hábitos no saludables y concluyas que estás en una situación parecida —de cierto modo, eso trataba— pero en realidad es bastante bueno saber todo esto. Un médico no puede curar a un paciente de una enfermedad que no sepa que éste tiene, así como una persona no va al médico si se siente bien. En ambos casos hay un factor común: saber que algo está mal.

Dicho de ese modo, hasta parece sencillo identificar el problema pero en realidad tan fácil no es. La razón de esto es que, en el trajín diario de existir, nos habituamos a omitir las molestias o dolores que no ejercen gran influencia en nuestra vida. Tanto nos acostumbramos a algún tipo de desorden o carencia, que muchas veces pasa eso: nos acostumbramos —ojo: acostumbrarse no es lo mismo que adaptarse; en la primera situación existe la posibilidad de cambiar hechos, al contrario de la segunda situación—. El tema está en que un problema omitido no es un problema resuelto. Evitar algo no hace que desaparezca. Simplemente, superponemos en el tiempo asuntos que no vemos urgentes de resolver. Lo peor de esto último es que así es como damos lugar a que esa urgencia se transforme en emergencia[3] y es allí donde todo se viene cuesta abajo; pero no nos centremos en eso. Es una realidad y hay que reconocerla para poder entrar en conciencia y así evitar caer en ella. Nuevamente insisto, tenemos que saber que algo está mal para poder evitar que empeore. Ese proceso de aprender a abrir los ojos, dejar de minimizar los problemas y encararlos se llama “crecer”.

“Poder decir adiós es crecer”[4] es la estrofa de una canción bastante conocida y no podría estar más de acuerdo. Decir adiós a gente que resta, que solo trae cosas negativas y quita la paz a la vida de uno. Decir adiós a miedos y actitudes como la vergüenza y timidez, que nos encasillan en lo que somos, impidiéndonos “ser más” de lo que somos. Decir adiós a malas costumbres, tratando de arrancarlas de raíz, despidiéndolas desde su origen, que usualmente es la madre de los malos hábitos: la zona de confort. Podemos resumir y asumir que toda la problemática de “salir del acostumbramiento” mencionada anteriormente yace aquí, en ser incapaces de hacer algo porque “estamos luego bien así” y, dicho sea de paso, en ser incapaces de tomar decisiones y aferrarnos a ellas porque “es garra”, porque requiere más esfuerzo del que estamos habituados a hacer. Si logramos autoeducarnos –y quiero hacer énfasis en el “auto” porque depende de uno mismo poder educarse en este ámbito: la vida personal, la que afecta desde adentro– entonces seremos capaces de poder decir el mayor y mejor adiós: a uno mismo, a un yo viejo.

Este yo viejo es un perfil que tenemos de nosotros mismos. En él concebimos nuestras actitudes y aptitudes vividas por bastante tiempo. Esencialmente, no es malo. Es básicamente lo que somos. La razón de que sea bueno decirle adiós es que éste engloba tanto lo positivo como lo negativo de nosotros, y en un yo nuevo tratamos de pulir nuestras asperezas, es decir, todo lo negativo del yo viejo. Este pulimiento de asperezas es algo que se da con el tiempo. Es un cambio paulatino, tanto así, que en varias ocasiones, debemos frenar y mirar atrás, hacer una retrospección para poder darnos cuenta de ello, y justamente hacer esto último es lo que me llevó a sacar la conclusión que mencioné al principio.

Siendo concreto, los principales cambios que pude notar se encasillan por sobre todo en el aspecto biológico de la salud, con su consecuente repercusión en los otros ámbitos. Adoptar la costumbre de salir a caminar, buscar el tener alguna fruta en la heladera y comerla con el desayuno, semanalmente buscar un espacio para ir al Santuario y cuidar mi salud espiritual, dormir un promedio de 6 horas y levantarme a la misma hora todos los días no es algo que pueda considerar poca cosa tomando en cuenta mis antiguos hábitos; y a cada acción, hay una reacción: estoy bajando de peso, a lo largo del día me encuentro menos cansado y mi rendimiento en la universidad está mejorando mucho. Aunque mi anterior ritmo de vida no era el mejor, bajo ninguna circunstancia podría decir que mi vida previa a todo esto era mala, pero ciertamente debo afirmar que nunca pensé que de un momento para otro, podría mejora tanto. Y es algo muy lindo.

Probablemente la razón por la que todo este cambio –que ya hace años necesitaba– se dio recién ahora, es que vivir solo te hace estar más en compañía de uno mismo. José Kentenich[5] llegó a decir que la soledad es fecunda y realmente es así. Usualmente nos omitimos a nosotros mismos en el día a día. En la rutina bien detallada que tenemos, no damos espacio a pensar en lo que hacemos y lo que eso nos hace, en los “efectos colaterales de hacer lo que hacemos”. Vivir solo ayuda a conocerte un poco más en ciertos aspectos. Quizá, también es un momento ideal de probar cosas nuevas, aprovechando la etapa de transición que uno está viviendo. Vivir solo brinda “espacios de soledad” en los que uno puede tener con mayor facilidad esa retrospección de la que hablaba. Y aunque en principio cuesta, vivir de manera independiente es algo que uno debería agradecer, pues no todos tienen esa posibilidad; esa posibilidad de, desde la soledad, crecer.


Elegí “Es parte de crecer, Timmy” como nombre a esta parte de mis crónicas porque es frase de una película[1] de una caricatura que veía cuando niño, y la circunstancia en la que se dijo reflejó un poco a lo que quise llegar con todo lo escrito. Sin entrar en la trama, básicamente la frase fue dicha en un tú a tú de un Timmy (protagonista de la película) niño y su versión adulta, donde éste último lo rescata de una caída; acto que lo sorprendió, pues en ese punto se considera como alguien muy egoísta y no imaginaba poder cambiar eso: no imaginaba poder ser mejor, por lo que fue una grata sorpresa.


Quizá, inconscientemente, muchos tenemos esa misma idea, y ¡qué linda sorpresa saber que nos equivocamos! Pero para poder llegar a esa sorpresa, primeramente debemos poner de nuestra parte y trabajar para poder constantemente renovarnos y ser mejores versiones de nosotros mismos. Suena un tanto complicado, pero no es algo para preocuparse o bajonearse; es un proceso natural que tomará su tiempo según quien lo viva. Básicamente…

Es parte de crecer, Timmy…









[1]  Aumento de la frecuencia cardiaca por encima del valor normal (aproximadamente entre 60-100 latidos por minuto).
[2]  Índice de Masa Corporal superior a 25. Es una manera elegante de decir que estoy gordo.
[3] La urgencia es una situación en la que la vida de una persona podría encontrarse en peligro, mientras que la emergencia es una situación crítica, donde se da por hecho que la vida se encuentra en peligro.
[4]  “Adiós”, de Gustavo Cerati. Álbum: Ahí vamos (2006).
[5]  Sacerdote alemán fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt.
[6] “Los padrinos mágicos: Cazadores de canales”, de Butch Hartman (2004).

domingo, 7 de octubre de 2018

Crónica de una tarde oportuna

Nunca deja de sorprenderme el hecho de que, aunque suene cliché, cada suceso en nuestras vidas tiene un porqué y para qué. De algo pequeño, siempre existe la posibilidad de que puedan surgir demasiadas cosas.

Ayer, tras salir de la facultad, fui directo a Tupãrenda a charlar con un sacerdote amigo. Le escribí avisando que ya estaba en camino, pero por alguna razón, no estaba contestando -cosa que tampoco era tan extraña de hecho, por lo que no me preocupó-, y de igual modo fui. Ya estaba cerca, y aun seguía sin contestar, pero me pareció irrelevante, entonces continué mi camino.

Efectivamente, llegué al lugar, y como Tupãrenda es un lugar tan verde, donde de manera particular siento mucha paz, me quedé sentado en un banco a pensar y descansar un rato en la espera de saber qué hacer.


Ya pasado el rato, sin ningún tipo de contestación, "me resigné" a ya no juntarme con este sacerdote, asumiendo que tuvo algún inconveniente. Tengo que admitir que primeramente sentí que todo el tiempo y energía que gasté en ir hasta allá hubiera podido utilizarlo de mejor forma en casa,  pues podía (y debía) haber estado estudiando. Probablemente uno pensaría en que fue un desperdicio de tiempo, y más aún porque en este punto del año (octubre) todos estamos más que cansados y casi sin fuerzas debido a la universidad y/o trabajo; pero como enojarse/picharse no tienen ningún sentido, dejé de lado esos pensamientos. Entonces me preparé, agarré mi mochila y me predispuse a regresar a casa; pero mientras bajaba el predio, me encontré a un viejo amigo, amigo a quien ya hacía tiempo de que quería hablar, y oportunamente, él no estaba ocupado en ese momento, así que nos sentamos y empezamos a charlar.

El tema de dicha conversación fue, básicamente, ponerse un poco al tanto de cómo nos trataba la vida. De cierto modo, a partir de eso surgió un "oportuno" desahogo -de manera un tanto inconsciente-, cosa que aparentemente, ambos necesitábamos.

Terminada la charla y comenzando a oscurecer, nos despedimos y me puse en marcha para regresar a casa. Ya en la parada, mientras esperaba un bus, por primera vez me percaté del hermoso atardecer que se da en el límite Itauguá-Ypacaraí (locación de Tupãrenda), y me quedé como Erik Killmonger al ver el atardecer en Wakanda por primera vez (escena de "Black Panther", película de Marvel). Aunque suene muy cursi, me animo a decir que es algo que necesitaba, y "oportunamente", se dio.
Tomando en cuenta la hora (18:05hs), me acordé que mi familia tenía planes de ir a misa en la parroquia de Itauguá, pues era época de novenario de la Virgen del Rosario (patrona de Itauguá), y como la misa comenzaba a las 18:30hs, entonces llamé a papá para avisar que iría junto a ellos. Pasados un par de minutos, llegué a la parroquia mientras aun se estaba rezando el rosario previo a la misa, y sentí -valga la redundancia- una sensación un tanto extraña. 

El ambiente era el mismo que vivía cuando era niño: la multitud, los puestos de pororó, los vendedores de globos, algunas criaturas corriendo de aquí para allá. Era básicamente regresar a mi infancia. Todo eso fue especialmente extraño porque, estudiando en una universidad muy alejada de casa, la mayor parte del tiempo me lo paso estudiando, y con los años había dejado de frecuentar el novenario; pero por sobre todo, lo que más me tocó de todo eso, fue que llegué junto a mi familia, incluida mi abuela (una señora a la que difícilmente encontras fuera de su casa), y sentí que el cansancio que tenía por todo lo estudiado durante la semana, desapareció. Se me fueron todas las preocupaciones por un rato.

Luego de todo esto, al llegar a casa, me llama el sacerdote con quien había quedado en charlar durante la tarde. Mientras hablábamos, me comenta que su celular estaba con inconvenientes, pero que me escribió por facebook para avisar eso, y coordinar con él por ese medio para juntarnos en otro momento.

¿Por qué comento esto? Pues porque días atrás, oportunamente, me propuse dejar un tanto de lado mis redes sociales durante octubre, ya que es un mes muy pesado en la facultad, y gracias a eso, no vi el mensaje del sacerdote, haciendo que fuera de todos modos a Tupãrenda, y que pudiera vivir todo lo narrado anteriormente.

Todo esto, visto tal cual conté, podría simplemente ser una tarde de muchas "casualidades"; pero me parece más acertado pensar en que "nada ocurre por casualidad, sino por causalidad", o -como se dice en Schoenstatt-: "Nada pasa por casualidad, todo viene de la bondad de Dios".

A lo que voy con todo esto, es que la tarde no hubiera sido "tan oportuna", si no fuese, también en cierto punto, por una decisión propia:
  • Si hubiera pensado netamente en el cansancio y en todo lo que hay que estudiar, no hubiera ido a Tupãrenda.
  • Si al ver que la hora pasaba y decidía "dejar para después" la charla con este amigo, probablemente estaría un tanto más cansado, y no hubiera contemplado ese hermoso atardecer.
  • Si, nuevamente pensando en el cansancio y en lo que había que estudiar, decidía no ir a misa, no hubiera podido vivir ese "no tener preocupaciones un rato".

Es decir, hubiera sido una tarde cualquiera.


La "vida de adultos" está llena de estrés y preocupaciones. Muchas veces se hace difícil encontrar momentos  tranquilos, pero también muchas veces solo es cuestión de actitud poder encontrar esos espacios. Es cuestión de estar atentos, pues ¿cuántas oportunidades de darnos un rato tranquilo durante la semana tenemos generalmente?



"Mirando las golondrinas en el cielo, no se ven otras golondrinas al alcance de la mano; es cuando la estupidez gana por afano a la suerte que nunca llega si la estamos esperando"
-"Las Oportunidades", de Andrés Calamaro 

En otras palabras, las oportunidades no deben esperarse; deben hacerse. Generalmente, están ahí, solo que necesitan moldearse. 



Este es justamente el atardecer que mencioné. Muchas veces, hacer lo último que mencioné es cuestión de tener presente que, a través de todo, siempre puede mirarse la cálida mirada de Dios Padre.

martes, 5 de septiembre de 2017

Parar - Recargar - Seguir


Con el trajín diario, somos propensos a creer que nos acostumbramos al cansancio, y que por ende, deja de pesarnos. Ese sentimiento de batería baja pasa a ser simplemente algo más de la rutina y lo dejamos de lado ya que "siempre está ahí", pensando que no va repercutir en nosotros en algún momento, pero...
Justamente ayer, un lunes como cualquier otro, me desperté particularmente cansado. A pesar de que los lunes siempre cuesta un poco más despertarse por el simple hecho de ser un lunes, por alguna razón estaba muy cansado. A pesar de eso, seguí normal mi rutina. Desayuné, me preparé para ir a la facultad y fui. Pensé "seguramente se me va pasar al rato" y efectivamente, no fue así. Llegué cansado, ni ganas de entrar a clases tuve, y esa fue mi actitud durante casi todo el día, hasta que a la tarde, terminando ya las clases, hablé con una compañera, y fue ella quien me dio la solución a la situación. Fue algo muy simple, concreto, sumamente efectivo, y la base del título de este blog: rezar, darse el gusto y descansar.


Parar
Descansar: a veces nos concentramos tanto en todas las actividades que tenemos día a día, como el estudio y el trabajo, que descuidamos algo sumamente importante: nosotros mismos. El descanso es fundamental para poder funcionar como se debe. El problema está en que la medida de la dificultad es la medida de la exigencia; en palabras más simples: cuando más nos pesan el estudio y/o trabajo, más nos exigimos a nosotros mismos para poder cumplirlos, y esa exigencia nos lleva a consumir tiempo de descanso, cosa que, de hecho, es muy normal e incluso necesario, pero a un nivel inorgánico en muchas ocasiones, y es justamente la llegada a ese nivel lo que nos lleva a desgastarnos hasta agotarnos.
El descanso es justo y necesario. Su exceso puede llegar a ser muy malo, pero cuando nos damos cuenta de que en serio nos está afectando mucho su ausencia, hay que parar un momento, y tomar una buena noche de sueño, o un día libre, dependiendo de lo que sea conveniente para la situación. No somos máquinas, pero hasta cuando ellas tienen un trabajo excesivo, necesitan reposar un rato para enfriarse y posteriormente volver al trabajo.


Recargar el ánimo
Darse el gusto: por sencillo que parezca, este punto es muy esencial en el proceso. El simple hecho de darnos el gusto nos ayuda genialmente a aliviar la tensión circundante y a recargar el ánimo para seguir con la rutina. Imagina esto: llegas a casa luego de un largo día, prendes la tele y está por empezar una película que te gusta muchísimo. Qué lindo se siente eso, ¿verdad? Bueno, ese es el chiste de hacer esto. Es un poco complicado que pase ese tipo de cosas, pero cuando algo no ocurre espontáneamente, si está en la posibilidad, nosotros debemos hacer que ocurra. Ver una película que nos gusta, escuchar música, salir a caminar,  ir a cenar o a comer algo, escribir (mi caso particular), dibujar, son ejemplos de cómo podemos darnos el gusto; ya cada quien sabrá cómo darse el gusto de la mejor manera.



Seguir
Rezar: no necesariamente un rosario, un Padre Nuestro o un Ave María. No. Lo importante es tener un pequeño espacio para hablar con Dios (y si no sos muy creyente, te invito a que lo hagas, no perdes nada intentandolo).
Habla un rato con él. Contale tus cosas, tus problemas, tus preocupaciones, todo lo que sientas que quieras decirle. Desahogate. La raíz de varios problemas está en guardarse todo lo que uno lleva, sin decírselo a absolutamente nadie. Muchas veces pesa más lo que uno calla que lo que uno demuestra, y esa tendencia a mostrarnos siempre fuertes, que nace del deseo de no preocupar a nadie, es lo que nos intoxica. Una realidad indiscutible es que, en el fondo, todos somos débiles; aceptar eso y mostrar esa parte de nuestra esencia nos ayuda a liberarnos para seguir con todo. Solo que hay otro problema: ¿con quién poder liberarnos de tal manera?
Ciertamente, entre las respuestas a esa pregunta podemos hallar a nuestros más cercanos y mejores amigos, e incluso nuestros padres, pero no siempre es tan sencillo poder hacer eso, por un sinfín de posibles motivos (no querer preocupar a nadie, miedo, vergüenza, confianza insuficiente, etc.), o que estén cerca tuyo justo en ese preciso momento. Es ahí donde hay una respuesta común para cada ser existente en la Tierra: Dios. Siempre va estar ahí, independiente al lugar y el momento que sea, al tema del cual quieras hablar, a tu cercana, distante o inexistente relación con él, siempre va estar ahí, y esa conversación es la que nos sirve de impulso para ir hacia adelante. Rezar es hablar con Dios, por eso, rezar es poder seguir.


En algún punto de nuestra vida, todo lo que cargamos repercute de manera negativa en nosotros. En ese entonces, lo más sano que podemos y debemos hacer es poner una parar, poner una pausa a todo, porque ese todo nos llevó a agotarnos, y usar esa parada para descansar. Tras ese descanso, es necesario recargar el ánimo, para continuar, y una muy buena manera de recargar el ánimo es darse el gusto, aunque sea con pequeñas cosas. Y por último, para poder seguir, entregar todo lo que vivimos a Dios. Cada acontecimiento de nuestras vidas es un saludo de él; cada adversidad con las que nos topamos y pareciese que "Él nos impuso", realmente es un aprendizaje y una oportunidad. Solo es necesario tener esa actitud de querer y creer en que ese así. ¡Quien tiene confianza, lo tiene todo! Por eso, para seguir, rezar. En resumen, la fórmula es simple:

Descansar - Darse el gusto - Rezar






Quise anexar este ocaso, justamente porque pude presenciarlo gracias a ese "mal día" que tuve. Yo soy muy fanático de los atardeceres y esta genial foto fue tomada ese lunes de tarde en mi facultad, tras la conversación que dio origen a todo este blog. Por eso recalco: "Hay que aprender a ver, a través de todo, la cálida mirada del Padre"


miércoles, 9 de agosto de 2017

El poder de las "pequeñas alegrías"

Hace poco estando en la facultad, mientras esperaba a que llegara el profesor para continuar con las clases, me acerqué a hablar con un par de compañeros. Ese día estaba particularmente alegre, a lo que uno de ellos me pregunta (en modo de broma): "¿Cuál lo que es tu secreto para estar tan feliz? Compartí con nosotros esa información". Acto seguido empiezo a reír y, de manera "un tanto poética", les contesto: "Disfrutar de las pequeñas alegrías del día a día" (en realidad me explayé más, y justamente para explicar todo eso va este blog).

"Despertarse todos los días a la misma hora, ir a la facultad (o al trabajo), estar todo el día ocupado, regresar a casa, tener que realizar tareas o estudiar, dar por terminado nuevamente el día, dormir"... Gracias al trajín diario, existe una gran tendencia a caer en esta tediosa monotonía. Pareciese que la rutina pasa a formar parte de nuestras vidas, y va absorbiendo de a poco nuestras energías, hasta, muchas veces, dejarnos desganados y con ganas de abandonarlo todo por una sensación de insatisfacción con uno mismo.
Nada nuevo, nada que sorprenda, nada que nos haga sentir distinto al día anterior. Nuestro humor cambia. Todo el cansancio que lentamente se va acumulando empieza a pesarnos más y más diariamente. No resulta difícil perder el ánimo así... pero del mismo modo, tampoco es demasiado complicado estar de buen humor, a pesar de todo. Ahí es donde entra "el poder de las pequeñas alegrías".

Es más simple de lo que suena: siempre hay que verle el lado positivo a las cosas. Hay que buscar lo bueno en todas las situaciones por las que pasemos. Les doy un ejemplo muy particular (el mío):

Vivo aproximadamente 2 horas y media de mi facultad. Hay días en que tengo clases a las 7:30 hs., lo que significa que, al igual que mucha gente, debo movilizarme desde temprano para viajar hacia Asunción. Ciertamente es un viaje no muy lindo (especialmente los lunes), pero con el tiempo aprendí a encontrarle pequeños gustos a madrugar. Particularmente, para evitar el tráfico que se acumula hacia el centro de San Lorenzo, ya tomo el bus a las 4:30hs, así en lugar de tardar dos horas y media, puedo tardar menos de dos, e incluso viajar sentado. Haciendo los cálculos... llego a Lambaré antes de las 6:30 hs para poder esperar el segundo bus que me lleva a la facultad, aun cuando el sol ni siquiera salió por completo y ahí me encuentro con una de mis "pequeñas alegrías": ver el amanecer (ay, qué poético jajaja).
Yo disfruto mucho de caminar a las mañanas cuando la temperatura es fresca, hay poca gente y menos vehículos, hay más silencio. Entonces, al llegar a mi parada, me pongo auriculares y empiezo a caminar un par de cuadras, aprovechando que estoy cerca de la facultad y es temprano todavía.

Ese es el chiste de hablar de "pequeñas alegrías": son pequeños sucesos que "nos dan el gusto" por un momento, por más pequeño que sea. Ayudan a aliviar la tensión, y la mejor parte es que podemos encontrarlos en cosas muy simples: ver el alba, el ocaso, viajar con auriculares y buena música, reír con tus amigos, hacer chistes (por más malos que sean), compartir un rato con las personas que queres, visitar a los abuelos, son solo una pequeña lista de cosas que pueden darle color a nuestra vida.

Si esperamos que ocurran grandes eventos diariamente para poder "sentirnos felices", estaríamos limitando nuestra capacidad (sí, hablo de capacidad, porque depende de gran manera de uno mismo) de sentirnos bien. Es muy sencillo alegrarse con lo mucho, pero más placentero es poder hacerlo con lo poco.

Es increíble el poder de las pequeñas alegrías. Nos permiten sentirnos vivos y olvidar por un rato que no todo en la vida está bien. Nos ayudan a sensibilizarnos, acostumbrarnos a no necesitar demasiado para poder estar alegres, y así poder perseverar de mejor forma con todo lo que llevemos con nosotros mismos. Y poder "encontrar" nuestras pequeñas alegrías es muy sencillo, como dice Fito Paez en una canción:


¡Es solo una cuestión de actitud!



Un viaje peculiar & el mejor ocaso

Fin de año: sinónimo de caos, principalmente para los estudiantes universitarios debido a los exámenes finales. Es la época en donde se acr...