martes, 5 de septiembre de 2017

Parar - Recargar - Seguir


Con el trajín diario, somos propensos a creer que nos acostumbramos al cansancio, y que por ende, deja de pesarnos. Ese sentimiento de batería baja pasa a ser simplemente algo más de la rutina y lo dejamos de lado ya que "siempre está ahí", pensando que no va repercutir en nosotros en algún momento, pero...
Justamente ayer, un lunes como cualquier otro, me desperté particularmente cansado. A pesar de que los lunes siempre cuesta un poco más despertarse por el simple hecho de ser un lunes, por alguna razón estaba muy cansado. A pesar de eso, seguí normal mi rutina. Desayuné, me preparé para ir a la facultad y fui. Pensé "seguramente se me va pasar al rato" y efectivamente, no fue así. Llegué cansado, ni ganas de entrar a clases tuve, y esa fue mi actitud durante casi todo el día, hasta que a la tarde, terminando ya las clases, hablé con una compañera, y fue ella quien me dio la solución a la situación. Fue algo muy simple, concreto, sumamente efectivo, y la base del título de este blog: rezar, darse el gusto y descansar.


Parar
Descansar: a veces nos concentramos tanto en todas las actividades que tenemos día a día, como el estudio y el trabajo, que descuidamos algo sumamente importante: nosotros mismos. El descanso es fundamental para poder funcionar como se debe. El problema está en que la medida de la dificultad es la medida de la exigencia; en palabras más simples: cuando más nos pesan el estudio y/o trabajo, más nos exigimos a nosotros mismos para poder cumplirlos, y esa exigencia nos lleva a consumir tiempo de descanso, cosa que, de hecho, es muy normal e incluso necesario, pero a un nivel inorgánico en muchas ocasiones, y es justamente la llegada a ese nivel lo que nos lleva a desgastarnos hasta agotarnos.
El descanso es justo y necesario. Su exceso puede llegar a ser muy malo, pero cuando nos damos cuenta de que en serio nos está afectando mucho su ausencia, hay que parar un momento, y tomar una buena noche de sueño, o un día libre, dependiendo de lo que sea conveniente para la situación. No somos máquinas, pero hasta cuando ellas tienen un trabajo excesivo, necesitan reposar un rato para enfriarse y posteriormente volver al trabajo.


Recargar el ánimo
Darse el gusto: por sencillo que parezca, este punto es muy esencial en el proceso. El simple hecho de darnos el gusto nos ayuda genialmente a aliviar la tensión circundante y a recargar el ánimo para seguir con la rutina. Imagina esto: llegas a casa luego de un largo día, prendes la tele y está por empezar una película que te gusta muchísimo. Qué lindo se siente eso, ¿verdad? Bueno, ese es el chiste de hacer esto. Es un poco complicado que pase ese tipo de cosas, pero cuando algo no ocurre espontáneamente, si está en la posibilidad, nosotros debemos hacer que ocurra. Ver una película que nos gusta, escuchar música, salir a caminar,  ir a cenar o a comer algo, escribir (mi caso particular), dibujar, son ejemplos de cómo podemos darnos el gusto; ya cada quien sabrá cómo darse el gusto de la mejor manera.



Seguir
Rezar: no necesariamente un rosario, un Padre Nuestro o un Ave María. No. Lo importante es tener un pequeño espacio para hablar con Dios (y si no sos muy creyente, te invito a que lo hagas, no perdes nada intentandolo).
Habla un rato con él. Contale tus cosas, tus problemas, tus preocupaciones, todo lo que sientas que quieras decirle. Desahogate. La raíz de varios problemas está en guardarse todo lo que uno lleva, sin decírselo a absolutamente nadie. Muchas veces pesa más lo que uno calla que lo que uno demuestra, y esa tendencia a mostrarnos siempre fuertes, que nace del deseo de no preocupar a nadie, es lo que nos intoxica. Una realidad indiscutible es que, en el fondo, todos somos débiles; aceptar eso y mostrar esa parte de nuestra esencia nos ayuda a liberarnos para seguir con todo. Solo que hay otro problema: ¿con quién poder liberarnos de tal manera?
Ciertamente, entre las respuestas a esa pregunta podemos hallar a nuestros más cercanos y mejores amigos, e incluso nuestros padres, pero no siempre es tan sencillo poder hacer eso, por un sinfín de posibles motivos (no querer preocupar a nadie, miedo, vergüenza, confianza insuficiente, etc.), o que estén cerca tuyo justo en ese preciso momento. Es ahí donde hay una respuesta común para cada ser existente en la Tierra: Dios. Siempre va estar ahí, independiente al lugar y el momento que sea, al tema del cual quieras hablar, a tu cercana, distante o inexistente relación con él, siempre va estar ahí, y esa conversación es la que nos sirve de impulso para ir hacia adelante. Rezar es hablar con Dios, por eso, rezar es poder seguir.


En algún punto de nuestra vida, todo lo que cargamos repercute de manera negativa en nosotros. En ese entonces, lo más sano que podemos y debemos hacer es poner una parar, poner una pausa a todo, porque ese todo nos llevó a agotarnos, y usar esa parada para descansar. Tras ese descanso, es necesario recargar el ánimo, para continuar, y una muy buena manera de recargar el ánimo es darse el gusto, aunque sea con pequeñas cosas. Y por último, para poder seguir, entregar todo lo que vivimos a Dios. Cada acontecimiento de nuestras vidas es un saludo de él; cada adversidad con las que nos topamos y pareciese que "Él nos impuso", realmente es un aprendizaje y una oportunidad. Solo es necesario tener esa actitud de querer y creer en que ese así. ¡Quien tiene confianza, lo tiene todo! Por eso, para seguir, rezar. En resumen, la fórmula es simple:

Descansar - Darse el gusto - Rezar






Quise anexar este ocaso, justamente porque pude presenciarlo gracias a ese "mal día" que tuve. Yo soy muy fanático de los atardeceres y esta genial foto fue tomada ese lunes de tarde en mi facultad, tras la conversación que dio origen a todo este blog. Por eso recalco: "Hay que aprender a ver, a través de todo, la cálida mirada del Padre"


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