domingo, 1 de diciembre de 2019

Un viaje peculiar & el mejor ocaso


Fin de año: sinónimo de caos, principalmente para los estudiantes universitarios debido a los exámenes finales. Es la época en donde se acrecienta exponencialmente una terrible relación inversa entre lo que hay que estudiar y las ganas de estudiar. Estamos cansados, hay miles de situaciones externas a la universidad de por medio pero por sobre todo: queremos que todo eso termine (inclusive, ya desde antes de que inicie todo el trajín).

El viernes 29 de noviembre rendí mi examen final de Anatomía Patología, la materia más tediosa de todo el año. Más allá del contenido no tan sencillo de entender, la razón por la que tan poco cariño le tuve fue que gracias a sus pruebas semanales (todos los lunes), todos los domingos tenían que ser de estudio para esta materia, lo que implicaba no poder descansar el único día al que no asistía a clases pero por sobre todo, lo más agotador –y es algo que pensamos todos los que cursamos dicha materia– es que no se podía tener un tranquilo domingo en familia, además, el hecho de haberme mudado a vivir solito en Asunción entre semana por motivos de estudio hizo que mi tiempo en familia se redujera muchísimo, lo que empeoraba un poco más la situación… pero en fin, ese viernes todo salió demasiado bien.

Aprobé. Regresé a casa. Toda mi familia estaba expectante a mi llegar. Saber que me liberaba para siempre de “los domingos de AP” me llenaba demasiado el corazón. Aunque moría de sueño, decidí celebrar y fui a casa de mi abuela materna a tomar tereré con ella. Todo era demasiado perfecto. Hacía tiempo no disfrutaba tanto algo y en mi mente rondaba un “¡nada podría ser mejor ahora!”; grata sorpresa me lleve esa noche al ver que estaba equivocado.

Hace aproximadamente dos semanas, mi abuela paterna viajó a Encarnación a pasar tiempo con unos tíos que viven allá. Es una señora ya de edad y con la edad siempre vienen los cambios repentinos de humor. Resulta que, aproximadamente el miércoles de esa semana, le entraron intensas ganas de regresar a Itauguá pero no tenía quien pudiera hacer regresar con ella. Entonces, tomando en cuenta que conveniente estaba de regreso por casa post-examen, mis papás me preguntaron si no quería “ser escolta de mi abuela” (ir junto a ella y luego regresar nuevamente a Itauguá). Mi respuesta: ¡Claro que sí! Y ese sábado de mañana partí rumbo a Encarnación.

Lo peculiar de este viaje que estaba por hacer es que el tiempo que me iba tomar ir hasta allá iba a ser mayor a mi tiempo de estadía. Aunque rendí mi final de AP el viernes, aún me quedan otros dos exámenes finales para poder terminar el año y uno de ellos es el viernes 6 de diciembre (una semana exacta después), lo que significaba que no podía darme el lujo de pasar mucho tiempo sin retomar el estudio, por lo que no iba a poder quedar mucho tiempo por allá. ¿Eso me importó? Pues no.

Yo soy muy fanático de viajar grandes distancias. Me da mucha paz y me llena el corazón pasar de largo grandes paisajes verdes, tranquilo, escuchando música, porque sé que en esos momentos estoy tomándome un descanso de todo. En lo que va de todo el año no pude hacer ningún tipo de viaje, entonces esta era una oportunidad perfecta para darme ese lujo, independiente al poco tiempo de estadía que tendría en mi destino.

Pasaron las horas y llegué a “la capital del Carnaval” con una lluvia muy intensa de por medio. Admito que estaba más cansado de lo que esperaba pero igual estaba muy contento. Feliz de ver después de mucho a estos tíos pero no puedo negar que en un punto dado dentro mío empezó a sonar la duda de si en realidad fue una buena decisión haber ido… Es decir, ¿un viaje de ida y vuelta de más de 600km para estar más tiempo en bus que en tierra? No se puede negar que no es exactamente el mejor cálculo. Además, debido a la lluvia, ni siquiera pude recorrer la ciudad; pero al rato de haber surgido esa duda, nació la respuesta.

Poco antes de que anocheciera, partimos de vuelta a Itauguá. Aunque llovía al momento de salir, al rato escampó, al punto en que a pesar de lo nublado que se encontraba todo, se podía ver el atardecer a la distancia. Abuela estaba sentada hacia la ventanilla del bus y yo a su lado. En un punto dado (no me acuerdo exactamente dónde) pasamos de largo el Río Paraná y fue en ese tramo del viaje en el que pude presenciar el mejor ocaso que vi en mi vida.

En el horizonte, se veía al sol desaparecer lentamente. Su intensa luz –una mezcla de rojo y naranja– alumbrando, por un lado, a un cielo bastante nublado y por otro, las aguas del río; pero no era eso únicamente lo bello del momento, sino ver a mi abuela observar ese atardecer. Ver sus canas, el reflejo del sol en sus lentes, su piel pálida, ya arrugada y llena de historias, con un aire de paz emanando de parte de ella. Realmente, ese momento fue una caricia al alma. Demasiado quise capturar ese momento en una fotografía pero preferí netamente disfrutarlo.

Particularmente, además de los viajes largos, también soy muy fanático de los atardeceres. Para mí representan, más allá del final del día, el fin de todo lo que trajo consigo (sea bueno o malo) y que a pesar todo, seguimos vivos y avanzando; pero lo que más me llegó de todo esto fue que pude presenciar –y lo digo con dolor y un cierto miedo en el corazón– dos atardeceres al mismo tiempo.

“La edad no viene sola” dicen y a mi abuela no se aplica la excepción a esto. En este punto de su vida, además de las múltiples complicaciones de salud que tiene, desde hace un par de años la memoria le falla bastante. Todo el camino fue una mezcla de múltiples preguntas y anécdotas repetidas pero que amé responder y escuchar, una y otra vez, porque sé que no tendré ya demasiadas ocasiones para volver a repetir algo así. En algún momento la vida acaba y queramos o no, la vida de nuestros seres queridos de mayor edad -sean nuestros padres o abuelos- corre mayor riesgo de… bueno, ya sabes a lo que me refiero…

Como mencioné al principio, mi tiempo en familia se redujo mucho este año. Las visitas a mi abuela paterna pasaron de ser semanales a ser quincenales o –incluso– mensuales desde que inicié la facultad y ya no recuerdo la última vez que pasé tanto tiempo con ella. Es por todo eso que tan contento me deja haber hecho este viaje. La vida no nos regala con mucha frecuencia este tipo de oportunidades; no siempre se pueden hacer viajes tan peculiares ni ver ocasos tan bellos, así que debemos ser agradecidos cuando algo así se nos da, principalmente porque no sabemos si pueden volver a repetirse.

Esta foto es netamente ilustrativa, no fue tomada por mí (en la esquina está el crédito correspondiente) pero quise anexarla porque es bastante similar a lo que pude presenciar.

Un viaje peculiar & el mejor ocaso

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